En una charla distendida, el fundador de Red Solidaria repasa su trayectoria y la nominación al Nobel de la Paz, analiza el papel de los medios en la carrera por profundizar la cultura solidaria en la Argentina y el panorama político actual.
Por Florencia Cazaban
El hombre de cabello rojizo y agudos ojos azules está sentado en una mesa lateral del buffet del Automóvil Club. Es sábado, y su frondoso grupo de amigos lo espera en el fondo del salón para almorzar. Pero él todavía no se sienta con ellos. No hasta finalizar las entrevistas que tiene pautadas para el día.
Durante la próxima hora tampoco dudará en interrumpir sus declaraciones para contestar los llamados de sus hijos, ó para saludar a los vecinos que lo felicitan por su labor. Atender a su familia, mantener los lazos con el barrio y tomarse un vino con sus amistades parecerían ser las actividades cotidianas de quien se convirtió en sinónimo de solidaridad en la Argentina.
Lejos de los flashes y de obnubilarse por su reciente quinta nominación al premio Nobel, Juan Carr expresa: “estoy muy loco, ya no me cambia el Nobel, ya no me cambia nada. Los problemas de la humanidad pasan por otro lado”. Así se muestra espontáneo, alegre y sensible ante periodistas y comensales.
- ¿Cómo recibís la noticia de la candidatura?
- Lo que está bueno es que la nominación de la Unesco no me reconoce en lo personal, reconoce la solidaridad argentina por cómo se organiza. Está bueno porque es un Nobel super comunitario.
Luego, se sincera: “cuando ponen que nos nominaron cinco veces, en el extranjero nos leen un poco más”.
Aunque agradece los premios, el mensaje que deja en claro es que los aplausos no lo cambian porque hay que estar frente al dolor. Afirma, con la claridad de pensamiento de un hombre con los pies firmes en la tierra: “la mayoría de los que se confunden en el mundo social es porque se alejan del que sufre. Si te dan veinte premios Nobel, estás en Hollywood.”
Es que el titular de Red Solidaria tiene poco de pompa y mucho de persona común. Su naturaleza simple es congruente con una de sus frases de cabecera: “Yo soy como cualquiera. Y cualquiera puede ayudar: la gente común puede traer una frazada, mandar por e-mail la foto de un chico perdido, ser donante de órganos”.
Se define a sí mismo recitando su curriculum: médico veterinario, 50 años, casado, 5 hijos, voluntario de la Red Solidaria. También como pedante: “soy re pedante. Un buen pedante se da cuenta de lo que pasa, un pedante más mediocre se cree que puede ir contra todo”, y un poco vehemente: “51% impulsivo y 49% racional”. Agrega que es muy charlatán, se excusa: “hablo mucho pero escucho mucho”.
Quizás, el único momento de frivolidad que deja asomar es cuando relata que ante el espejo, se obsesiona con los kilos de más: “la panza me angustia”.
Juan Carr creó la Red Solidaria en 1995 junto con su esposa y tres amigos. Por esos tiempos estudiaba Veterinaria en la Universidad de Buenos Aires: “entré en la facultad para combatir el hambre, pero estaban todos pensando en la ubre de la vaca y en los tiempos del caballo. Faltaba una mirada diferente”. Su preocupación por la cuestión social lo hizo indagar en otras áreas académicas, y así desembarcó en Ciencias Políticas. De hecho, la influencia de esta formación fue decisiva para el surgimiento de la Red.
“Con María estábamos casados, éramos felices, teníamos trabajo e hijos, pagábamos impuestos”. Aquello no alcanzaba. Había que hacer algo más. Después de un “proceso de madurez largo”, una noche de febrero cantaron eureka: “es esto lo que vamos a hacer: la Red Solidaria”.
En la ONG, que no tiene personería jurídica ni sede, colaboran 900 voluntarios fijos. Las ideas que surgen en la Red se vuelven autónomas al poco tiempo: la ausencia de jerarquías es un rasgo deseable para la organización. “Los procesos que nacen de mi se van ‘desjuanizando’ rápidamente”, dice él.
No manejan dinero, sino que establecen un nexo entre quienes necesitan y quienes quieren ayudar. En sus 17 años se han involucrado con historias de hambre y pobreza, donación de órganos, desastres naturales, búsqueda de personas desaparecidas, trata y explotación, y cualquier otra causa que merezca la atención de la sociedad.
Juan sabe que todos los casos son importantes; algunos lo han marcado: el homicidio de Candela, la desaparición de Sofia Herrera, los transplantes de Lautaro y Sebastián (NdR: Lautaro, de 10 años, sufre una enfermedad llamada Leucodistrofia Metacromática, por lo que necesita un trasplante de médula ósea a realizarse en Carolina del Norte (EE.UU.); Sebastián padece una afección genética denominada Síndrome XLP, que debe ser tratada en una clínica de Boston (EE.UU.) con un costo de alrededor de 1 millón de dólares).
Tampoco se nutre sólo de crónicas tristes: se emociona con el quehacer de maestras y mujeres de comedor. Y con la espontaneidad de la gente: “cuatro hospitales de Buenos Aires reciben 20-25 dadores de sangre por día. Chocan los trenes y en dos días van 4.200 personas”.
Sobre la solidaridad en Argentina
Juan Carr es casi un estadista cuando se trata de caracterizar la cultura solidaria: cuenta que, en lo que va de 2012, ya se realizaron 545 transplantes de órganos (un aumento del 10% en relación al año pasado); ó que se recolectaron 590.000 botellas para construir el cartel más grande del mundo en Bariloche, en apoyo a la comunidad tras la erupción del Volcán Puyehue.
Su discurso optimista está plagado de resultados numéricos e índices sobre el crecimiento económico y la pelea por dar fin al flagelo del hambre: “contrariamente a lo que creen muchos, es un muy buen momento de la Argentina: pobreza extrema y hambre hay menos”.
Además de preocuparse por alcanzar el ‘Hambre Cero’, Juan sostiene que la educación es el siguiente paso. Incluso redobla la apuesta: “hoy por hoy el 47% de los chicos finaliza la escuela media. Cuando se acabe con el hambre, en 2, 3, 5 años podríamos lograr que el 90% de ellos los chicos termine el secundario”.
De acuerdo con su visión, la solidaridad es un rasgo constitutivo de la sociedad: “tenemos un acervo que no sé si tienen otros países. Nosotros venimos de muchos mundos de cierta intensidad en lo comunitario. El 54% de nuestro ADN tiene eso: la cosa comunitaria. Los que migraron acá trajeron una solidaridad natural”.
- ¿Por qué ocurre que los ciudadanos son solidarios frente a eventos críticos pero en lo cotidiano se evidencia una falta de urbanidad, por ejemplo cuando no se le cede un asiento a una embarazada en un transporte público?
- Es cierto que el trato humano hay que reverlo. Así como reconozco que las cifras sociales mejoran, hay un tema que es la violencia, que nadie lo quiere afrontar. Es un momento de enorme violencia: desde que te matan en la esquina hasta la violencia en el trato.
Continúa componiendo una suerte de radiografía social, en la que califica a los medios de comunicación como promotores de una actitud comercial desmedida y de la sexualización de sus contenidos. “En este contexto, que se tarde en ‘levantar la mirada’ es razonable”, sostiene.
Sin embargo, pese a las críticas, se siente agradecido con los medios: remarca que el uso de nuevas tecnologías, como Internet y las redes sociales, ayudan a difundir campañas solidarias y a reunir voluntades acortando los tiempos de respuesta.
La política como motor del cambio
Si bien el asistencialismo se propone muchas veces como la solución para los problemas del país: ¿es una medida de fondo? ¿Es la solidaridad la salida?
Para Juan Carr, la tarea solidaria no existe para suplir falencias de los Estados, sino que ambos se complementan. Plantea que la Argentina está “súper fragmentada”; a pesar de ello, es posible generar acuerdos para luchar contra los males que afectan a la población, como cuando se logró el consenso para la Asignación Universal por Hijo. “Es la primera vez que pasa en la historia que toda la Argentina, desde los sectores más conservadores, pasando por la izquierda y el peronismo creen que el hambre es injusta. Es muy conmovedor que haya una unidad total en eso. Para un soñador como yo, es increíble".
Y va más allá: “la solidaridad es para un tiempo. La que transforma la realidad es la política. Yo puedo darle de comer a 10 o a 100 comedores, pero para darle comida a 10.000 comedores no hace falta la solidaridad, hace falta la política. Hay ahora como una leyenda de participación política nueva pero es muy moderada. La gente demuestra mucha generosidad: toda esa pasión es buena. Faltaría una vuelta más: que alguno se involucrara en política. Esa es la deficiencia del momento”.
- ¿Te ofrecen cargos políticos?
- Todo el tiempo. Pero yo no tengo vocación para eso. A mí me preguntás si prefiero recibir a un embajador o a una viejita: me quedo con la viejita. Termina el día y pienso: di diez batallas; siempre pierdo seis ó siete, empato una y gano una ó dos. Me frustro, me deprimo 10 minutos por día como cualquiera y puteo 20 minutos. Si esto no lo hacés con alegría, te recomiendo dedicarte a otro deporte. Yo amo lo que hago.
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